Bioestimulación facial
Bioestimulación facial
La bioestimulación facial se trata de una práctica inocua avalada por un soporte científico importante.
El procedimiento consiste en realizar una extracción de sangre estándar al paciente (10-20 cm3) y centrifugarla durante unos minutos para producir la separación del plasma (fracción líquida) del resto de la sangre.
El plasma obtenido tiene una alta concentración de factores de crecimiento intraplaquetarios que se vuelve a inyectar al paciente por medio de mesoterapia (inyecciones intradérmicas) o infiltraciones (inyecciones en tejido celular subcutáneo).
No existe intolerancia ni rechazo, pues se trata de una parte de la sangre del propio paciente. No existen reacciones adversas ni efectos tóxicos o alergizantes. Sólo puede aparecer algún pequeño hematoma porque es una técnica que se realiza mediante punciones.
Este tratamiento es recomendable a partir de los 30 años. Es decir, en cuanto la piel del paciente empieza a perder parte de su potencial reparador. O bien cuando los signos de envejecimiento han empezado a aparecer, bien vinculados al fotoenvejecimiento, al estrés o al tabaquismo.
El sol produce un grave daño en la piel, acelera su oxidación y el aumento de radicales libres. Cada persona tiene un capital solar de la piel que está formado por los medios de defensa de ésta para luchar contra las agresiones solares. Se mide como el número de horas que un individuo puede exponer su piel al sol durante toda la vida. Una vez que estas horas se han consumido empiezan a aparecer los problemas cutáneos y los signos visibles del fotoenvejecimiento. El capital solar está predeterminado genéticamente y no es modificable.
Los radicales libres intoxican el metabolismo celular y la fisiología normal de la piel se ralentiza. La piel lucha contra los radicales libres produciendo los antioxidantes naturales que capturan los radicales y los neutralizan, evitando su efecto dañino. Pero cuando la agresión solar cutánea es intensa y repetida, la capacidad reparadora de la piel ve superada (el capital solar se ha consumido), tiene lugar un almacenamiento de daño actínico, es decir, la piel comienza a guardar memoria de los daños solares porque ya no es capaz de neutralizarlos.
Los fibroblastos bajan la cantidad de síntesis de fibras elásticas y colágenas y el ácido hialurónico, principal elemento que retiene el agua en la piel y que confiere a la piel grosor, textura y lozanía.
Este proceso de degradación se puede neutralizar, podemos devolver a la piel la capacidad de regeneración de los 20 años. Y lo podemos hacer gracias a nuestros propios factores de crecimiento antólogos, estimulando a los fibroblastos dérmicos que son auténticas fábricas de juventud. Los resultados que se obtienen son aumento del tono y tersura de la piel y aumento del brillo.
Esto ocurre prácticamente desde el momento que se realiza la técnica. A medida que pasa el tiempo necesario para que sea visible la existencia de nuevas proteínas a nivel dérmico hay una mejoría de aspecto.
Una sesión después del verano puede ser suficiente para ayudar a la piel al proceso reparador, pero recomendamos realizar un tratamiento completo que consta de tres sesiones.